jueves, 25 de abril de 2013

Sangre, sudor y Grana.


Si en la previa de la confirmación de Mario Grana, como nuevo director técnico del Gallo (tras el demorado adiós de Norberto Salvador Daniele), existía una certeza entre los socios y simpatizantes del Deportivo Morón, sobre alguna cualidad distintiva y sobresaliente que pudiese devengar de la contratación de uno de lo últimos ídolos modernos, era que nadie como él, podría ser capaz de hacer entender a este desdibujado plantel del significado que conlleva jugar en Morón y en particular, contagiarles algo del amor propio, la prodigalidad y el coraje dentro del campo, que supo construir como marca registrada durante sus años de jugador profesional, vistiendo la del Gallo o cualquier otra que le haya tocado defender, tanto dentro como fronteras afuera del país.

Por eso, más allá de alguna polémica marginal sobre la oportunidad de su contratación o la experiencia que pueda acreditar como entrenador, fundamentalmente en el Paraguay (aunque, en este punto, dable es destacar que no cualquier técnico ha sido capaz de dirigir a un “grande” del fútbol guaraní como Cerro Porteño, máxime siendo foráneo y prescindiendo de la idolatría que también supo ganarse entre la afición del centenario “Ciclón” de “Barrio Obrero”), sorprendió en las primeras cinco fechas, ya en su mueva función de “bombero” en este enorme incendio llamado Deportivo Morón, que los jugadores de este bipolar plantel no hubieran podido demostrar en esos matches, prácticamente poco y nada del espíritu ganador, combativo y el temperamento, que intuimos debiera haber sido el primer trabajo de contagio y concientización emprendido por Grana, sólo reflejado en el esfuerzo y la frescura de los juveniles promovidos con mayor continuidad y confianza por el nuevo entrenador, tales los casos de Matías Exequiel Orihuela, Ariel Omar Berón y Rodrigo Basualdo; éstos dos últimos, los de menor rodaje y mayor rendimiento dentro de la cancha.

Sin embargo y desde el empate en cero con Central Córdoba de Rosario, en el “Gabino Sosa”, y a pesar que los resultados hayan sido más que esquivos durante algunas fechas más, evidentemente y a partir del ejemplo juvenil de los menos experimentados, el resto de sus compañeros comenzarían a dar algunas tenues señales de reanimación vital dentro del campo de juego, como para intentar poner en práctica un camino de retorno absurdamente tardío, pero no lo suficiente como para intentar sumar los puntos necesarios que nos alejen del descenso en este temporada, por mérito propio, y fundamentalmente, con el objeto de acopiar la mayor cantidad posible de unidades, de acá y hasta el final del torneo, de validez testimonial durante el presente campeonato, pero de importancia sustancial para engrosar el inquietante coeficiente de la compleja campaña que se nos avecina, en la 2013/2014.

Por ello, y ante el posible interrogante sobre qué habría de cambiar en el primer equipo, en el corto lapso que mediara entre la injusta derrota del último domingo ante Atlanta, pero caída al fin, y el triunfo con justicia, aunque sin que sobrara demasiado, frente a Témperley del miércoles próximo pasado, un intento de explicación podría sintetizarse en una única y contundente virtud, de igual valor emocional y futbolístico: la ACTITUD.

En efecto, este acomplejado Morón que deambulaba por los campos de juego, sin saber bien qué plantear y en especial, incapaz de recuperarse anímicamente ante el primer cimbronazo en contra, supo hallar ante el “Gasolero” los goles que quizá no encontró ni fuera capaz de generar, en términos merituables y de desequilibrios indispensables, en los cotejos previos, a excepción del desnivel inicial ante Almagro en el Urbano, que luego deviniese en un cachetazo feroz, más a fuerza de deméritos propios que de virtudes ajenas (como en varios pasajes de la presente campaña, dicho sea de paso).

Sin embargo, con una mayor dosis de solidez irradiada desde el fondo, a partir de una saludable vuelta de Gonzalo Nicolás Juárez a la titularidad (en esta ocasión, más parecido al férreo defensor que enfrentáramos con la casaca de Acassuso y no la versión lenta y vulnerable de comienzos de torneo), correctamente secundado por Ariel Berón en el centro y Osvaldo Héctor Vila en el andarivel derecho, aunque mostrando las mismas dudas y ventajas de siempre por la franja opuesta, solucionadas en buena medida, a partir del ingreso de un combativo Juan Martín Cadelago por Ariel Otermín.

Y un mediocampo más balanceado y “raspador”, gracias a las incorporaciones de Martín Rodrigo Granero y fundamentalmente, del reaparecido Luis Ferreira, quien sin minutos en el presente torneo, constituyera uno de los puntos más altos del equipo, facilitando la tarea defensiva de Vila, con su cobertura del carril derecho, por donde no permitiese progresar a los volantes de creación del “Celeste”. La excepción a esta búsqueda táctica, la constituyó nuevamente Lionel Coudannes, un volante de enormes cualidades técnicas, pero con enormes deficiencias temperamentales.

Con un 4-4-2 más acorde a un equipo de la “B” Metropolitana, y planteando el esquema lógico de juego para la categoría, con más lucha en el medio que lujos improductivos, este Deportivo Morón renovado desde lo anímico y un poco mejor plantado, y tal vez más asentado en la realidad que le toca transitar, se las ingenió para generar el poco o mucho fútbol del que había adolecido en las mayoría de los encuentro precedentes, siempre desde la asunción de Mario Grana, lo que determinase que Mariano Matías Martínez pudiera acompañar más efectivamente en ofensiva a Damián Emilio Akerman, sin tener que desgastarse inútilmente en el intento por recuperar el balón en mitad del campo, neutralizando su enorme potencial como delantero asistidor o referencia de área, no exento de un sacrificio y una prodigalidad encomiables y subrayables.

Precisamente a través de la mejor dupla ofensiva que pudiese exhibir el Gallo en la temporada, llegarían los dos demorados y ansiados gritos durante la primera etapa, primero ante una habilitación perfecta de Damián Akerman para que Martínez facture ante la salida de Federico Crivelli, y más tarde por intermedio del propio Akerman que, tras ocho largas jornadas anotaría su gol 23 en el actual torneo, para sacarse la mufa de una sequía sin precedentes en la campaña y de significativa e indudable relación en el bajón futbolístico del equipo, en el marco de las últimas diez fechas sin victorias, con ocho derrotas y sólo dos empates.

Claro está que, si a este Morón muy pocas veces las victorias le resultaron sencillas y holgadas, mucho menos en el actual contexto de necesidad y austeridad, el regreso al triunfo ante el “Gasolero” habría de resultarle relajado y vistoso, convirtiendo una vez más a Alejandro Esteban Migliardi en “San Chiche”, merced a un par de salvadas providenciales, ante una visita que, sin embargo, acercaría peligro hasta el arco del capitán del Gallo, en un par de contadas y punzantes oportunidades, limitándose en definitiva, a monopolizar la tenencia del balón (fundamentalmente en el segundo tiempo y ante la necesidad de salir a revertir el dos a cero en su contra), pero sin hallar jamás la profundidad requerida, salvo en aquellas contadas ocasiones referidas, en las cuales respondiera con acierto el eterno “patrono del arco del Deportivo Morón”.

Un apartado especial para la impresentable y dudosa actuación de Paulo Vigliano, árbitro del partido, quien desde el dos a cero en adelante, inclinara decidida y grotescamente la cancha en favor de la visita, sancionando con falta para Témperley, toda jugada de roce normal en un deporte de contacto e inventando la infracción, en el caso que ni siquiera se hubiese producido el cruce entre protagonistas. En este punto y si bien hemos asistido a más de una performance fallida durante las últimas temporadas, en el marco de un referato argentino que, por lo menos en el ascenso, transita entre lo regular y lo horrible, en el caso particular de Vigliano, habría de llamar profundamente la atención (y enervar lo ánimos en el Urbano), la actitud y decisión desvergonzada e indisimulada de favoritismo con la visita, con el colofón de un claro penal no sancionado en perjuicio de Armando René Lezcano, en la segunda etapa.

En definitiva, una justificada victoria del Gallo, tan esperada como necesaria, para cortar una racha nefasta de dos puntos sobre los últimos 30 en juego y de sólo diez unidades sobre los 45 posibles, hasta la noche del miércoles último en el Urbano, donde el Deportivo Morón cosechara su tercera alegría en toda la segunda rueda, tras los lejanos triunfos ante San Telmo en el Oeste (fecha 23º) y Defensores de Belgrano, en el “Juan Pascuale” (jornada 26º).

Esperemos que este demorado desahogo, no constituya tan sólo un oasis en el desierto y que, con la prédica que imaginamos parte desde el propio banco de los suplentes y se irradia en los más jóvenes del equipo, a los que se suman los ídolos de siempre (Chiche y Damián), más alguno de los arribados para la presente temporada (Martínez), pero contagiados del fervor que baja desde un público que acompaña de manera conmovedora, alcance para generar una mejora individual y colectiva, que más tarde se traslade a lo futbolístico, para cosechar de aquí y hasta el final del torneo la mayor cantidad de puntos posibles, de cara al inicio de la temporada más decisiva de nuestra historia, desde la de 1999/2000 hasta nuestros días.

Porque en definitiva, al “desierto” futbolístico se lo contrarresta lógicamente con agua, el mismo líquido vital que deberá surgir invariablemente, del SUDOR esforzado de un equipo solidario. El mismo SUDOR que, no hace muchos años, solía regar generosamente uno de nuestros mayores referentes contemporáneos, en materia de temperamento y esfuerzo al servicio del conjunto, hoy precisamente, sentado en el banco de los suplentes, con el buzo de técnico.

Ojalá alcance con el ejemplo.


                                           Fotos: Osvaldo Abades (h).

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